Caminando por los pasillos de casa de gobierno uno siente cierta tendencia a la claustrofobia. Claro, la oficina de prensa está llena de tipos que se han perpetuado en su trabajo, casi de oficina, y van de acto en acto como cliente de supermercado que va de góndola en góndola para luego escribir o grabar algún despacho informativo o crónica que no le interesa a nadie. Sumado a esto, cientos de empleados, que realmente no se sabe bien que función cumplen, deambulan por todos lados hablando por lo bajo y casi siempre estrenando ambo o trajecito nuevo. La presencia del poder mayor está en todas partes pero sólo de vez en cuando, Cristina cruza de un despacho a otro indescifrable, o Alberto Fernández habla en voz alta desde vaya a saber dónde. La máquinaria Rosada funciona así todos los días, salvo cuando desde la calle se escucha, a pesar de la rejas y las vallas, alguna manifestación importante, y los temores del 2001 empiezan a recorrer el inconsciente colectivo de los residentes ocasionales. Aúnque lo disimulen, la sombras del 19 y 20 de diciembre aún agobian hasta a los más duchos.
viernes, 8 de febrero de 2008
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