Este humilde notero aún no sale de su asombro. Resulta que al llegar como siempre, corriendo, a la estación de Once, el calor era ya insoportable. La imagen de los bagones se bifurcaba desde el anden por las estrias del calor en el aire. Los pasajeros desde adentro me miraban con una tranquilidad pasmosa. No comprendí la pasividad que demostraban. Siempre los ví agobiados, ensombrecidos y apagados por el hedor y la transpiración. Esta vez no, esta vez reían y hasta ensayaban estar a gusto. Claro, cuando crucé la puerta dí con todas las respuestas en un instánte: señores; el ferrocarril Sarmiento tiene aire acondicionado. De no creer!
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