Días atrás me encontraba cumpliendo mis funciones de movilero para una radio capitalina en la Plaza de Mayo. Allí estaban encadenados los trabajadores del casino flotante de Bs. As. Una vez terminada la nota me senté un rato en uno de los asientos que rodea a una de las fuentes de la histórica plaza. Haciendo tiempo me puse a leer el libro que ya estaba terminando de Gallo y Guerrero (El Coti). Desde unos metros, sentado, un muchacho alto y rubio con pinta de extranjero y en ropa deportiva me observaba. De repente se acercó y balbuceando castellano básico (hablaba inglés) me preguntó quién era el Coti. Yo le respondí sin eufemísmos "un ladri de este país", seguro no entendió nada. Ahhh! me dijo "no estás estudiando". Noo!, le respondí, estoy trabajando. Le pregunté de dónde era, me dijo que de Sudáfrica, del Kalahari. De cerca lo noté desaliñado y un poco embriagado. Tenía junto a su bolso una botella de cerveza vacía. Comenzó a contarme, como podía, una historia de terror. Según pude entender, había llegado al país como un turista más para pasar sus vacaciones, pero fue asaltado por dos delincuentes en Plaza Constitución. De allí en más había empezado la odisea de deambular como un homeless por la insensible ciudad de Bs. As. Me preguntó dónde había un "supermarket" cercano, señalándome la botella de cerveza vacía. Le respondí con cierta desconfianza, pensando que por ahí se trataba de un loco trashumante pero importado. Se cruzó por mi cabeza la idea de invitarlo a beber e indagar más en lo que me terminaba de contar. Pero claro, eran las 10 de la mañana y yo estaba camuflado en mi rol de cronista que trabaja para un empleador negrero. Lo miré con esceptisismo y me fuí a seguir mi rutina de periodísta pobre. Hoy lo encuentro en esta nota de diario Perfil y siento mucha culpa.
sábado, 19 de enero de 2008
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