Acá el texto completo que levantamos del blog de los amigos del CTP (Colectivo de Trabajadores de Prensa):
La noticia es un alimento perecedero: usted sabrá, lector, que el destino final del papel de diarios es envolver huevos (claro que creemos en su capacidad para revelar y aportar para el cambio, pero no hablaremos sobre ello ahora, esperamos que lo perciban en las próximas páginas). Ahora, permítasenos preguntarle, ¿sabe usted cómo nacen esas noticias condenadas a morir? Vamos a empezar por el principio. Juan compra todos los días un diario X. Lee siempre las novedades que le ofrece el periodista Z. Directamente, busca su nombrecito antes de la cabeza noticiosa. O quizá no sea un lector tan exquisito y no le interese saber de firmas. Sabemos que eso es lo más común. No importa. El caso es que el diario (o revista) depende de sus periodistas para su existencia, pero muchos de los periodistas que escriben el diario que Juan lee no trabajan en una redacción como es de suponerse. Trabajan en su casa, cobran por nota, en algunos casos no tienen licencias por enfermedad, maternidad o vacaciones. La precarización en el ámbito periodístico es cada vez mayor y es, puertas adentro de esta profesión, el botón de muestra más doloroso de que el quehacer periodístico está completamente inmerso en una lógica mercantil (del mismo modo que las noticias que Juan lee, claro). Las redacciones son cada vez más chicas. Es que la cantidad de colaboradores se multiplica. ¿Qué son los colaboradores? Muchos de los tipos que escriben esporádicamente en las páginas del diario que Juan lee son monotributistas a quienes los medios permiten escribir apenas 23 notas por año, pagándose su obra social y su jubilación. Otros son permanentes, es decir, tienen una cantidad de notas ilimitada, pero no gozan de los beneficios de un trabajador cualquiera de planta. Cabe preguntarse cuántas notas tiene que escribir este periodista Z para hacerse de un sueldo decente. Dicho más informalmente: los colaboradores son algo así como los “changarines” de la profesión. El Indec no los considera desempleados, pero no cuentan con un empleo fijo y deben correr de una empresa a otra para lograr juntar ese puñado de dinero que todos necesitamos para poder sobrevivir. Son, en su mayoría, hombres y mujeres de entre 20 y 40 años, quienes componen el mundo de “changarines de la información”, según lo diseñó una encuesta que hace unos meses realizó el Colectivo de Trabajadores de Prensa. Cobran entre 200 y 300 pesos por artículo y muchos tienen que conseguir otro empleo para sustentarse. La figura del colaborador está definida en el estatuto que posee esta profesión como un tipo que publicaría cada tanto y por un motivo especial. Por ejemplo: un filósofo político es convocado a opinar en período de elecciones. Pero, se sabe: las empresas periodísticas se aprovechan de los vacíos legales, y el periodismo no es, en definitiva, un lugar más puro que una casa de hamburguesas. Eso que no se dice es que el colaborador es una figura que, como muchas de las que se crearon para flexibilizar la realidad en todo sentido, precarizó el oficio del periodismo al extremo. Y llegó para quedarse.
Las colaboraciones son, cada vez más, la única posibilidad que los periodistas tenemos para poder trabajar como tales en el campo laboral que nos ofrece un (cada vez más pequeño) lugar: la precarización pasó de ser la puerta de entrada a la realidad cotidiana y, en muchos casos, la razón por la que las ganas de construir un camino en el oficio se abandonan. ¿Podemos cambiarlo? Claro. Primero, recuperando la actividad gremial, algo que se está logrando en las redacciones y fuera de ellas, entre los colaboradores. Segundo, intentando otro periodismo: mirarnos a la cara, reconocer que no somos un número, que no estamos para llenar páginas, que podemos decir sin temor a represalias empresariales. Un hacer que ayude a colegas y a lectores a saber que los manejos de las empresas periodísticas no son los únicos posibles y que no se acercan a la idea que desde NaN tenemos sobre este oficio.
Las colaboraciones son, cada vez más, la única posibilidad que los periodistas tenemos para poder trabajar como tales en el campo laboral que nos ofrece un (cada vez más pequeño) lugar: la precarización pasó de ser la puerta de entrada a la realidad cotidiana y, en muchos casos, la razón por la que las ganas de construir un camino en el oficio se abandonan. ¿Podemos cambiarlo? Claro. Primero, recuperando la actividad gremial, algo que se está logrando en las redacciones y fuera de ellas, entre los colaboradores. Segundo, intentando otro periodismo: mirarnos a la cara, reconocer que no somos un número, que no estamos para llenar páginas, que podemos decir sin temor a represalias empresariales. Un hacer que ayude a colegas y a lectores a saber que los manejos de las empresas periodísticas no son los únicos posibles y que no se acercan a la idea que desde NaN tenemos sobre este oficio.
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