En este párrafo de El Flaco, el libro de José Pablo Feinmann, el escritor cuenta una anécdota increíble sobre un "reportaje" que le hizo alguna vez el embajador mundial de la Libertad de Expresión, si él, Jorge Fontevecchia, el pichón de Magnetto que detesta a Zaffaroni y todo lo que le suene a "progre". La finalidad de la entrevista era defender a un periodista de su staff, que después de hacer un negocio leonino en la radio estatal se fue diciendo que le habían cercenado su libre pensamiento, acá va:
El Titán (o el intento de serlo) del "periodismo libre" tenía ante sí una mesa de dimensiones considerables llena de libros, papeles con estadísticas y notas en variados papeles sueltos; notas con grafías diferentes, algo que transparentaba que, al menos, no todas las había tomado él. Yo venía de Italia y había participado en un coloquio con Giacomo Marramao, con el que me entreveré en una polémica amable pero dura. Y ahora lo tenía ahí a Fontevecchia preparado para la gran polémica. Luego publica esos reportajes y queda como un rey de las ideas. Me puse muy mal. Desdichadamente, me educaron con modales demasiado correctos. A la segunda pregunta tendría que haberme ido. Casi no polemizo con nadie. ¿Por qué iba a polemizar con este hombre que se alimenta de citas?. Para defender a un periodista de su elenco que armó una batahola cuando lo echaron de no sé dónde y se lanzó desaforadamente a presentarse como una víctima del "periodismo libre", el empresario Fontevecchia se dispuso a hablar del autoritarismo, recorrió algunas librerías y, durante esos días, había aparecido un libro del complejísimo Alexandre Kojève titulado La noción de autoridad. ¡lo consiguió y lo compró! "Aquí voy a encontrar algo", se habría dicho. Para comprender una sola línea de Kojève hay que ser casi un erudito en Hegel, en Husserl y en Heidegger. Sobre todo en Hegel. Kojève debe su celebridad en la historia de la filosofía a unos seminarios sobre la dialéctica del Amo y el Esclavo de la Fenomenología del Espíritu de Hegel (y así mismo, sobre la actualidad del libro) que dio en París en la École pratique des hautes études durante la decada del '30. Asistieron entre otros, Jaques Lacan, Maurice Merleau-Ponty, Raymond Aron, Raymond Queneau , Georges Bataille y algunos más. Probablemente Jean Paul Sartre, que, si no asistió, sin duda tuvo acceso a los apuntes de los cursos. No hay que olvidar que Sartre pasó un tiempo en Alemania estudiando a Husserl y a Heidegger, lo que habla de su rigor. Si alguien en Francia conocía a fondo a las tres grandes haches del pensamiento filosófico alemán (Hegel-Husserl-Heidegger) ése era Sartre. Y ahora, en la Argentina, este exitoso empresario se consigue un libro (muy complejo también) del maestro de todos estos gigantes del pensamiento para buscar una frase que le permita defender a... ¡Pepe Eliaschev! Ahora lo tengo ante mí y habla y habla y habla y saca estadísticas de todas partes y citas de libros y de tanto en tanto pregunta algo. Yo tengo una bronca que me lleva a tomar un vaso de agua cada dos minutos. ¿Qué hago? ¿Me voy? Eso tendría que haber hecho. "Perdoname pero no polemizo con vos. Vine por un reportaje". Pero no: maldita buena educación, correctos modales, el deseo de no pelearme, qué sé yo. me quedé. Contesté algunas preguntas. Igual el reportaje quedó ridículo. Poblado de letras en negrita (las que exponían las palabras del entrevistador) y alguna en blanco, las del entrevistado. Incluso, luego de casi una columna que se extendió a lo largo de una página, mi respuesta fue: "Si, puede ser". Le dio tanto espacio al reportaje que hasta hizo ocupar la contratapa. ¡Ah, la vanidad de los escuetos suele ser tan desmedida como la fe de Sor Juana, la paciencia de Job o cualquiera de los atributos de Dios, todos infinitos! (...). Consejo: si usted quiere defender a un empleado suyo que ha sufrido en otro empleo, de carácter estatal, un exceso de autoridad o una arbitrariedad típica de un Estado en manos de personas indeseables que sólo quieren causar males y daños de todo tipo a quienes no juran fidelidad inalterable a sus postulados dictatoriales y perseveran en gestos de libertad que no podrán sino perjudicarlos, no acuda a Kojève. Hay caminos más simples. Un buen abogado, por ejemplo.
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