Los periodistas tenemos que aprender algo que si no terminamos de incorporar, jamás podremos referirnos ni analizar nada. Ustedes saben que a la hora de ser autocríticos no nos tenemos piedad, como corresponde, porque en este embrollo entramos todos, empezando por el lado del lenguaje que utilizamos para comunicar, o al menos intentar hacerlo. La sola manera de caratular cualquier hecho de violencia delictiva (robo, estafa, crímen, o el que fuere) como "hechos policiales", ya estamos confundiendo los tantos. Esa ilógica siempre la devela el gran Ricardo Ragendorfer cuando dice "yo hago casos delincuenciales", algo que implica entender la causa de cualquiera de estas modalidades. Llegar a un destino y hablar solamente con la policía para repetir sus versiones no es periodismo, es contar una anécdota gacetillesca mal llamada oficial y que tiene un trasfondo que estamos pasando por alto erróneamente. Si eso se deja de lado no estaremos haciendo nada más que repitiendo el acontecimiento que otro subjetivamente inventó. Cubrir cualquiera de estos denominados delitos comunes con preconceptos, prejuicios y data no chequeada nos lleva a no cumplir con nuestra tarea periodística. Así cometemos el peor de los errores: desinformar. El llamado "periodismo jurisprudente" ese que hace la crónica yendo únicamente al hecho para hablar con el comisario sin ver o discernir porqué pasó lo que pasó es como no decir nada y formar parte del mercadeo del entretenimiento. Las preguntas que tenemos que hacernos son varias, obviamente primero ¿qué ocurrió?, y escuchar todas las versiones posibles. ¿Por qué nunca nos dejan registrar las versiones de los acusados?, qué sólo ellos pueden tergiversar la realidad o mentir. Pero más allá de eso, hay que reflexionar también sobre lo más básico ¿a quién le gusta salir a chorear? ¿arriesgarse a que lo caguen a tiros y vivir un estress que nada más puede ser calmado un rato con drogas y/o alcohol. Sin dudas hay causas superiores que necesitan de esos marginados. El poder que domina el Estado procura siempre que quienes salgan vestidos con uniforme a usar a estos ladrones para robar y generar la famosa y tan rentable "inseguridad", y si en necesario acribillarlos si sirve a la jerarquía política, que provengan de la misma clase social que los reprimidos... Es de manual, ya no ccorre más hace siglos eso de que los héroes de las guerras intestinas o externas sean los aristócratas. Ahora los pobres con fierros poderosos y chapas salen a eliminar a sus pares que a su vez salen a afanar con lo que tengan a mano. Todos son rehenes del mismo esquema de dominación. No es casualidad la frase del viejo folcklorista Horacio Guaraní cuando cantaba "Estamos prisioneros carcelero, yo de estos torpes barrotes, tu del miedo". El miedo disciplina a todos para que cumplan el rol que mejor le convenga al sistema de desigualdad permanente que cada vez se potencia más con un país que se militariza hora a hora. Nadie desde este y otros gobierno ha explicado porque tanto presupuesto para que cada vez haya más canas y muy poca guita para eliminar la pobreza, madre de todas estas miserias generadas.
martes, 4 de octubre de 2016
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